Detenida está la distancia que me separa
del vientre de tu anchura y humedad.
Desgrano el meditar de esta mañana
en que supe que te vas.
Dispuesto a ser escriba una vez más
del rojo carmesí, de tu fragancia.
Del seco e impávido despertar
que brindas cuando estas.
¿Dónde irán mis tardes,
desganas, maltrechas,
sin tu pintura constante,
blasfema?
¿Dónde irán las palabras
que nunca dijimos,
y acaso pensamos, a veces,
en sueños?
¿Dónde te buscare en rojos,
gemelos a tu pelo y sentidos,
dispuestos a amarrarme a ti,
amiga de ayer y todavía?
Tiendo a maldecir la ciudad nigromante
que te lleva remotamente, retirada,
ignorante de las penurias y castigos
del tiempo que no estás.
Tantos deseos noctámbulos,
tendría que regalarte, manchados y
encandilados de púrpura y recuerdos,
del día en que ya no estés.
¿Qué cosas hacemos los hombres,
para no entender las prioridades,
evidentes, importantes?
¿Qué poder te lleva tan lejos,
que no sabe de suspiros en mi pecho,
ni poesías a tus formas?
El día que ya no estés,
habrá procesión y silencio de ángeles.
Mudez de tierra justa, hiriente,
sentido menos para seguir.
Y los crepúsculos transitarán,
ajenos, al carmín de tu boca.
Y todo dejara de ser rojo,
atardecido, sin medios.
Debilitando la esperanza
de esta mañana sentida.
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