jueves, 21 de diciembre de 2006

Juangriego

Lánguidamente se ostenta
este atardecer caribeño,
cuando menos espera
su presencia,
no por no quererla,
sino por el trayecto a su latido.


El aroma de brisa perpetúa, la noche
en que fui torpe y ella callada.
Dice que no habla de penas,
precisamente porque son penas.
Pero la noche, desconfiada, es la propicia.
Y su cuerpo, recordando, se mece al mío.

Ya las sombras rebosantes retumban
en el oleaje deviniente y sin cesar.


Ya el sonido de la espesura de su caer
envuelve la noche en un acordeón exacto.
Dejando sin sabor a las pasiones
de los pescadores y sus oraciones a Yemaya.

Ya los barcos escasos bailan
un son con las aguas, y tras de ellos,
algunos peces intentan eternizarse
fuera del agua, en saltos lentos y fotográficos.

Ya la luna en lo alto acompaña 
con sus luces al descanso,
de la arena semimojada, 
que la vislumbra.

Ya descansa el tiempo 
y vive esperando 
que vuelva a verla,
en la brisa sin prisa de este amor.

Ya queda lejos su piel, 
y la duda aparece,
y me ahuyenta de esta luna soñada.

Ya otro día próximo a acabar,
dejando mal herido 
a mis instintos y ambiciones.

Juangriego, Venezuela, febrero de 2005.

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