Lánguidamente se ostenta
este atardecer caribeño,
cuando menos espera
su presencia,
no por no quererla,
sino por el trayecto a su latido.
El aroma de brisa perpetúa, la noche
en que fui torpe y ella callada.
Dice que no habla de penas,
precisamente porque son penas.
Pero la noche, desconfiada, es la propicia.
Y su cuerpo, recordando, se mece al mío.
Ya las sombras rebosantes retumban
este atardecer caribeño,
cuando menos espera
su presencia,
no por no quererla,
sino por el trayecto a su latido.
El aroma de brisa perpetúa, la noche
en que fui torpe y ella callada.
Dice que no habla de penas,
precisamente porque son penas.
Pero la noche, desconfiada, es la propicia.
Y su cuerpo, recordando, se mece al mío.
Ya las sombras rebosantes retumban
en el oleaje deviniente y sin cesar.
Ya el sonido de la espesura de su caer
envuelve la noche en un acordeón exacto.
Dejando sin sabor a las pasiones
de los pescadores y sus oraciones a Yemaya.
Ya los barcos escasos bailan
Ya los barcos escasos bailan
un son con las aguas, y tras de ellos,
algunos peces intentan eternizarse
fuera del agua, en saltos lentos y fotográficos.
Ya la luna en lo alto acompaña
Ya la luna en lo alto acompaña
con sus luces al descanso,
de la arena semimojada,
que la vislumbra.
Ya descansa el tiempo
que la vislumbra.
Ya descansa el tiempo
y vive esperando
que vuelva a verla,
que vuelva a verla,
en la brisa sin prisa de este amor.
Ya queda lejos su piel,
Ya queda lejos su piel,
y la duda aparece,
y me ahuyenta de esta luna soñada.
Ya otro día próximo a acabar,
Ya otro día próximo a acabar,
dejando mal herido
a mis instintos y ambiciones.
Juangriego, Venezuela, febrero de 2005.
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