La Habana se ve esbelta de tanta luz tenue. Cambia de caras a cada vuelta de esquina, a cada abrir y cerrar de párpados, como quien dice en versos majezas de perfiles y siluetas. Da más claridad al ojo oscuro que al cristalino, aunque este a veces no la desprecia cantidad. Y es que su forma principal la hace reina de la colonia y esclava del siglo por venir, arrollando, embrujando, y paseando por sus calles las dificultades del socialismo real. Sin embargo, sin saber qué inexplicable cable de conexión arropa a sus habitantes, la vida continua con la calma de todos los días, invariable, como el agua raspando al Malecón.
¿Piensa tal vez La Habana en ser la conductora de la obra o sólo impone el equilibrio necesario en todas las cosas de la vida respecto al revolucionario Oriente? ¿Tumban sus estrellas y calles de zanjas turbias y tenues a las posibilidades de acentuar la construcción o es el mejor y más inconcebible paragolpes de los recursos inmensos que provenían de los huracanes y los fondos dinerarios?. En esta Cuba, ni esta aquí, ni esta allá. Apenas esta en contra. Apenas se oye un rumor de las criticas, valerosas muchas, sin sustento otras, pero que hacen balancear al Oriente en punto medio.
Balanza expectante pero que hace pararnos al menor contacto de unos ojos negros que nos interrogan, en plena acera y mediodía, lo mismo que al vecino de frente, de años. Dudando sí contamina el jineterismo, dudando si lleva consigo fragancias de cupido, y sabiendo mejor que nadie que para muchas muchachas habaneras, el irse de allí, tal vez, y solo tal vez, habré puertas, cubre intereses, y saborea placeres.
Viéndonos como a otros extranjeros de la ciudad, se nos trata así, sobre todo en las barriadas periféricas que no entienden ellos como el Vedado o Habana Vieja; semidioses de posibilidades, presuntos arquetipos del dinero, la plática y la apostura. Extraño un poco Holguín un día como hoy.
La Habana, Cuba, febrero de 2000.
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