miércoles, 2 de agosto de 2006

Fuente Vaqueros

"En este pueblo tuve mi primer ensueño de lejanía. En este pueblo yo seré tierra y flores".
Federico Garcia Lorca

Tomando un bus de Granada, ha 50 minutos de pueblo y olivares, y paradas y humedad, se halla Fuente Vaqueros. Los autobuses parten de la Avenida Andaluces, al lado de la estación del Renfe de Granada, y después de visitar La Alhambra, justo habrá que reconocer, poco queda al sorprender humano. Irrisorio queda para el ojo sensible. Pero “Fuentevaqueros” tiene hechizo. Y no por ser el pueblo natal de Federico.
Es mi primera soledad de viaje en esta Andalucía de magia. El bus sale repleto de pueblo, de señoras con bolsas de mercado, de niños que protestan llegadas, de olores de albahaca fresca, y llega al pueblo sin nadie. El chofer me avisa de la llegada con una mirada cómplice, cuando la calle de las Islas se hace catedral y el Paseo de la Reforma nace, diminuto, como sus dos cuadras.
Bajo del micro y el sol me da en la nuca. Me sorprende encontrar otro interesado en Federico. Ludwin, un turco, y no genérico, sino realmente. De Turquía. No habla español, pero me pidió socorro en un inglés complicado y le eche una mano. Le caí bien cuando le dije “Argentina”. Después de todo, no hay rastros de vida efímera una vez que el bus emprenda marcha, solo Ludwin y esta alma.
A esa hora de tinaja, donde el poblado de casas diminutas y tenues, de granadinos tejados y silencios de respeto, el sol pega duro. Durísimo. Pueblo de la Vega, lugar que conecta quereres y hechiza, el pueblo respira a Lorca. Es imposible describirlo, pero es así. Federico está en el aire de Fuente Vaqueros, en el murmullo de la arboleda del Camino Real, en los silencios que son recorridos, en las sombras del sol de agosto, en el Genil que baña sus tierras.
Hay escasos carteles, pero uno señala la derecha y la Casa Museo Natal de Federico García Lorca (Calle Poeta Federico García Lorca Nº 4), generando el primer dialogo con Ludwin. Vamos hacia allá, queriendo adivinar los motivos que nos traen al sitio. Porque eso nos trae.
Legamos a la blanca y diminuta morada del poeta. “Mala señal”, pienso. Son las 13.45 hs y la casa cierra a las 13 hs. Vuelve a abrir por la tarde a las 16 hs. ¿Qué hacer?. “¿We do, Ludwin?”. “Stay?”. No falto más. Nos quedamos. Eso me gustó de mi más reciente y nuevo amigo, que además de entender mi británico precario, sabe asumir las aventuras.
Caminata innata, sin pueblo, que se reparaba del infierno de Andalucía en mediodía. Mi amigo sacaba fotos, reía en cada gesto. Yo observaba los misterios de un pueblo escaso. Fuente de Lorca. Calle de Lorca. Calle de las Parras. Calle del Generalife. Calle de las Iglesias. Tejados rojizos. Paredes blancas, balconeadas de flores, y amarillas, que confunden el sol sin sombra del norte de Granada en siesta.
No nos dijimos mucho. Las brasas del cuerpo nos depositaron en un bar frente a la Fuente de Lorca, en el Paseo de la Reforma, donde comienzan estas líneas. Los paisajes del pueblo y el color verde a pesar del clima (“Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas.”), son riqueza de frutas y hortalizas, son amplios en inmigrantes que vienen para las cosechas. Y a mi amigo turco y a mi, nos confundieron con tales.
Fue increíble. Ni nos atendían en el bar. Los aldeanos, recelosos. Los hombres, observando competencia joven. Hasta que me acerque a la barra, les pedí unas cervezas (tapeadas) y charle con el dueño. Ahí todo cambio, repentinamente. Se comenzaron a acercar los pobladores, al punto que una hora después y unas cuantas cervezas menos, el turco era amigo del alma y yo amigo de Fuente Vaqueros.
Así pasaron las horas. Hasta las dulces dieciséis. En la entrada diminuta de la casa del poeta, nos vendió la entrada en la manzana trasera de la propiedad el mismo que nos guío por el lugar. La guía fue increíble, solo nosotros dos, y uno de los hombres que más sabia de Lorca en España, cómplice, dejándose interrogar. Dos patios, naranjales, aljibe, parra, Granada, cuna de Lorca, pertenencias de poeta. Aquí, "cortando el mismo clavel, mirando las mismas nubes”.
En el primer piso, sucedió algo repentino: mi amigo Ludwin comenzó a llorar como un niño, al punto que el guía me pregunto si sucedía algo. Estábamos viendo fotos de la Guerra Civil Española. Le pregunte si algo le pasaba. Me dijo que nada. No lo moleste, por respeto. “No se que le pasa. Dice que nada. Lo conocí hace unas horas”, le explique al guía, que seguía asombrado. Firmamos el libro de visitas, eterno y responsable con los gigantes de la tierra, ya con mi amigo turco repuesto del no se qué.
Nos fuimos de la primera vida de Lorca sin reponernos de su hechizo. Fuente Vaqueros se hizo rápida salida, sin restaurarnos todavía, y Granada llegada de tarde caída. Gracias poeta eterno, granadino, sonámbulo. Cercano, "hijo de la paloma, nieto del ruiseñor y de la oliva".


Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor', y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!' Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura'. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

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